lunes, julio 11, 2005

Visto 5 mil días quieto


Dos secuencias que son la misma. Marco degradado, marco de oro, marco de mentira, marco de verdad. Girando el objetivo el marco cambia. Siendo la escena la misma. Cúmulo de contradicciones y de circos de varias pistas, cada una con su marco, cada una con su escena que todas ellas vemos, y no dejamos de no ver. Claro, están ahí todos los días.

Cuando llovía por el espejo era día jueves, y ayer que no llovió era jueves también.
No había casi nada por ningún lado pero la gente andaba sin parar, como muertos de sueño en realidad.

Yo, vestido y relleno, también quieto ando. Una gota de salfumán, un sorbo de dulce. Y jueves otra vez. Hoy llueve por el espejo. Que raro si hacía muchos jueves que no.

No lo iba tampoco a contar todo.
Todo lo que no hubiera sucedido en días corrientes y concéntricos.

Además, no hay porque dudar que al final acaba todo el mundo, o casi, durmiendo en su casa. Y, al final, durmiendo bajo tierra, esto en los mejores casos. Como en los nuestros, nuevos burgueses atormentados que no sabemos ni contar, o no más que contar. Un día esperamos una cosa, otro día otra, un día bien, otro mejor, otro asá.

Acá y allí y allá.

Un miedecillo, un sustín, eso nos llevamos de vez en cuando. Y una tragedia, eso sí, más o menos una por vida, así grande, varias dolientes, y miles de quejas, cuentos y depresiones varias.

Porque papeles los hay para todos en este teatro. No hay más que imaginárselo y…

zás,

máscara, cartea, vestido y papel todo en uno y de por vida, y si nos esforzamos seremos inmutables, férreos defensores de un papel inventado por nosotros para este teatro inventado por nosotros, para nosotros. Amados burgueses a quienes la alternativa a la pobreza (sólo) nos sugiere un mundo sin televisor, sin vicios pagados, un mundillo sin ocio y divorcio, con muchas preocupaciones y pocas satisfacciones reales de esas que se nos anuncian tanto.

pero

Uno toca la lira, y otro el flautón, que es más grande que él, pero su sonido le encandila. Reman y achican y los pobres aguantan sudando.

Sones de proezas que unos se van marcando al levantar la cabeza por encima de la multitud de la que, sumergidos, no escapan ni cambian su sentido de la marcha. Sólo sacan la cabeza y echan un canto, un grito o un soplo al aire que hace que éste se remueva, y que el bombillón coloree el mundo y se digne a broncear las ideas. Eso puede pasar incluso un jueves, difícilmente uno de esos en los que llueve por el espejo, ustedes comprenderán, pero podría suceder.

Procesiones las hay todos los días, y niños que mueren y personas que se mueren y ya está, también. No esperen no.

Corran.

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