martes, abril 07, 2009

ÉSTA NO ES UNA HISTORIA TRISTE


Lo cuenta y se muere de risa. se muere de pena y de risa. Porque ella es así. Siempre se ríe. Llora y se ríe de sí misma llorando. Para ella reír es como respirar, no por necesario sino por involuntario. Así que mientras me cuenta que ha encontrado otra nota de mi tío, se muere de risa.

Mi tío sabía que iba a morir pronto. De hecho, todos lo sabíamos. Pero supongo que él fue el primero en darse cuenta de que nunca volvería del hospital. Lo supo incluso antes de ingresar, y por eso tomó medidas. Y esas medidas me llevan a algo sobre lo que ya he escrito: nuestra posibilidad de elegir. Al "morir luchando" como alternativa a rendirse. Y resulta que mi tío escogió la única opción que no estaba en su mano: la de no morir. O, al menos, no del todo. Por eso escondió notas por toda la casa para que mi tía las encontrara. Y ella se muere de risa.

Cuando la pregunto qué le dice en las notas, se encoge de hombros. "De todo un poco. Que salga, que viaje, que no deje de hacer cosas. También me da recados para la gente o consejos sobre qué hacer con sus cosas." Y se muere de risa. Y de pena. Y de amor. Porque él sigue ahí. Se aparece cuando menos lo espera, como un fantasma bueno. Como esos espíritus de las películas a los que aún les queda algo por hacer. Y a él lo que le queda es seguir junto a ella. Diciéndole cada día cuánto la quiere. Viéndola desde el jardín, bajo la higuera en la que se siguen sentando juntos porque él no quiso estar al lado de Dios, sino a su lado. Y seguro que desde allí, cada vez que ella encuentra una nota, cada vez que oye sus carcajadas, cada vez que ella llora y se ríe de estar llorando, él se vuelve a morir un poco, pero de risa.

miércoles, abril 01, 2009