sábado, diciembre 12, 2009


- ¿Me prometes que cuando seamos maridos ninguno de nuestros vecinos tendrá una serpiente con la que pueda encontrarme si se escapa?
-Pero... no puedo prometerte eso, ¡no puedo controlar qué mascotas tiene la gente!
-¡Sí! ¡Claro que puedes! Sólo tienes que ir y hablar con ellos. Lo entenderán. Iría yo misma, pero sus serpientes me dan tanto miedo...
- ...
-...
-...
- Puedes prometérmelo de mentira...
- Prometido.
-¡Bieeen!
(Beso)

FIN

lunes, septiembre 28, 2009


Ha llegado el momento de aclarar algunos conceptos. Veo que hay gente que ha decidido pasarse por aquí de vez en cuando, y me parece estupendo. Por eso creo que hay ciertas cosas que deberíais saber. O no. Pero me apetece explicarlas.
En primer lugar, este blog ha ido variando su función con el paso de los años hasta llegar a convertirse en mi vertedero emocional. Por lo tanto, a día de hoy, no es un blog pensado para ser leído, sino para ser escrito. Sin más. Sé que es una estupidez, y si no quisiera que nadie lo leyera no lo colgaría en la red. Pero siempre he sido una exhibicionista en todos los aspectos de mi vida, no hay que darle más vueltas. Cosas de la vanidad, supongo. Pero es muy diferente pensar que puede que alguien, al otro lado del mundo, llegue aquí por casualidad y lea lo que escribiste hace un año, a saber que hay gente que te conoce (mejor o peor, qué importa) ante la que te estás desnudando (más o menos, qué importa). Resumiendo: que no es lo mismo hacer top-less en la playa que ponerte en bolas en un escaparate para que todos tus conocidos vayan desfilando y analizándote, con tus defectos y tus virtudes al descubierto.
Con esto no quiero decir que me incomode que paséis por aquí, y que comentéis o no comentéis al respecto de lo que os apetezca. Si fuera así, habría tratado de ocultar la existencia de este blog, y nunca lo he hecho. Pero no quiero tener que taparme delante vuestro, me niego a medir mis palabras, a releer para ver qué impresión da lo que he escrito, y qué pensará quien lo lea. Entonces este blog no me serviría de nada. Por eso mismo, rara vez repaso lo escrito antes de darle a "enviar", lo que muchas veces se traduce en palabras mal escritas o errores sintácticos que espero que no hagan sangrar ningún ojo.
Más cosas: no soy, en absoluto, una personalidad atormentada a la que le pasan cosas terribles y/o ve de forma negativa las cosas que la rodean. Al contrario. Pero tengo días malos, como todo el mundo. Y hay cosas que me ponen muy triste, o muy furiosa, como a todo el mundo. Y no soy capaz de enfrentarme al mundo estando triste o furiosa, así que, en lugar de llamar a alguien y contarle cómo me siento, lo escribo. Lo vomito, me regodeo en ello, lo aumento, exagero y doy vueltas a su alrededor. Y ya está: ha pasado. Por eso os pido, os ruego, os ordeno que jamás sintáis un gramo de compasión leyendo este blog. No puedo con la compasión, y dar pena es una de las cosas que más odio y temo a la vez.
Esa es la única condición que os pongo. Venid, leed, disfrutad, aborreced, quedaos indiferentes. Opinad, llevadme la contraria, alabadme. Quedaos callados, espiad en silencio. Burlaos o emocionaos. Pero jamás, JAMÁS, toméis en serio una sola palabra de lo que aquí leáis. Incluída esta entrada.

sábado, septiembre 26, 2009

Teatro Chino de Manolita Chen ya no hará más misiones secretas de ardilla.

No es normal llorar así por una ardilla. Vale que a las mascotas se les coge cariño. Vale que era un ser vivo cuya vida valía mil veces más que las de muchos humanos. Vale que soy de lágrima fácil. Pero esta forma de llorar no es normal. Ni sana. Porque en el fondo no es más que una rabieta. Y porque la pena es sólo una de cada cien lágrimas. Porque lo que de verdad me duele es que esto no deja de ser un nuevo fracaso. Uno más para la colección, cuando ya la creía completa.
Parece una tontería. Y lo es. Pero hay momentos de tu vida en los que necesitas saber que puedes hacer algo bien. Aunque sea algo tan simple como cuidar de una ardilla. Y de repente te das cuenta de que no sirves ni para eso. De que es estúpido jugar a que controlas todas las situaciones cuando lo cierto es que no eres más que una cría que no sabe hacer otra cosa que dejarse llevar. Un sparring que esquiva más las responsabilidades que los golpes. Alguien que no es capaz de cuidar de una ardilla. Ni de sí misma.
Así que adiós Pequeño Teo, Agente Secreto Theodor, mi Teatro Chino de Manolita Chen particular. Y sobre todo, lo siento mucho.

jueves, julio 02, 2009

HOMBRES DESNUDOS SUDADOS


La foto es un regalo para quien llegó a este blog buscando "hombres desnudos sudados". Ya sé que no está desnudo, pero sudor no le falta.

Y me imagino lo contentas que se pondrán las personas en cuyos blogs he aterrizado buscando "sobaco sudado". Pero gracias a eso he descubierto que hay todo un submundo secreto montado en torno a las axilas, con un montón de fans.

El caso es que tiene gracia porque hace un par de horas, antes de saber nada de todo esto, he tenido un pequeño debate sobre si era posible chuparse el sobaco o no (claro que se puede, inténtalo y verás, si lo tienes ahí al ladito). Y ahora me entero de que hay toda una legión silenciosa de fanáticos sobaqueros dispersa por el mundo. Pues me parece muy bien, oye. Yo siempre voy con las minorías, y en lo que a reconocimiento estético se refiere, las axilas están muy solas.

Así que, aunque no pueda declararme fan absoluta, hoy quiero lanzar un grito al mundo que no es otro que: ¡A TOPE CON LOS SOBACOS!

viernes, junio 05, 2009

10 años

Pues han pasado 10 años, ya ves. Me siento vieja al escribirlo. 10 años sin ti. Y al final era verdad que el mundo no se acababa. Y no me volví loca (al menos no del todo). Y no me morí (al menos no del todo). Aprendí a vivir sin ti, esa es la única verdad. Porque hay heridas que el tiempo no cura. Eso lo sé ahora, 10 años después. Y lo sé porque el dolor sigue ahí. Más tenue, es cierto. Pero sigue ahí. Tal vez me cueste recordar tus gestos, tu cara, tu voz. Pero recuerdo el dolor. Recuerdo las noches sin dormir. Recuerdo la impotencia. Y el llanto incontrolable. Trato de verlo como un mal sueño, pero miro a esa cría destrozada y sé que era yo. Lo sé porque aún me duele. Y porque cada 25 de enero intento no pensar en ti. Y, al hacerlo, pienso en ti. Y escucho en bucle "nuestra" canción, una canción de despedida. Puede que, después de todo, no sea tan irónico. Puede que fuera tu forma de avisarme, y yo simplemente no supe leer entre líneas. Luego me torturo mirando nuestras fotos. Esas en las que yo soy tan feliz y tú lo pareces. Eran tiempos mejores. Tiempos de vivir al límite. Tan al límite como se vive a los 15, claro. Eran los días de subir a las azoteas para gritarle al mundo que estábamos ahí para comérnoslo y rebañar. Tiempos de tirarnos en cualquier parque a hacer planes para el gran futuro que nos esperaba. Planes que tú ya sabías que no íbamos a cumplir. Dejaste que me creyera todas esas mentiras, y yo me las creí. Era una cría, joder, ¿qué esperabas?
Y entonces me lleno de reproches. Todos esos que ocuparon las cartas que el cartero me devolvió. Y de nuevo me invaden la negación, la tristeza, la culpa... soy una víctima de manual.
Llevo 10 años jurándome que, si tenía una segunda oportunidad, no te pediría explicaciones. Llevo 10 años sabiendo que esa oportunidad nunca llegará. Y de tanto tragarme los "¿por qué?", ahora se me escapan, directamente desde el estómago, y me veo pidiendo explicaciones de todo cuanto me rodea. Temiendo que alguien vuelva a irse dejándome con un "¿por qué?" en los labios. Temiendo que alguien vuelva a irse dejándome, sin más. Porque en estos 10 años cada pérdida de mi vida ha sido medida según el rasero de la tuya. Y ninguna, por dolorosa que haya sido, se puede comparar. Tal vez por la edad. Tal vez porque aún hoy no lo entiendo. Tal vez porque me rompiste tanto por dentro que luego quedó poco por destrozar.
Pero han pasado 10 años y me va bien. Y creo que voy a ser capaz de apañármelas sin ti. Aunque a veces me sorprenda a mí misma preguntándome qué hice mal. Aunque tenga que sentarme en un diván a contar toda esta historia. Aunque alguno de esos "¿por qué?" despistados y tan difíciles de digerir me golpee en el cerebro sin querer. Aunque te eche tanto de menos. Aunque tarde otros 10 años en convencerme de que no fue mi culpa. Y aunque tenga que seguirme recordando cada día del resto de mi vida que fuiste tú, y no yo, quien te pegó aquel tiro en la cabeza.

martes, junio 02, 2009


Tabaquería
Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.

Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.

(Gracias a Iván por presentarme a Pessoa)

martes, abril 07, 2009

ÉSTA NO ES UNA HISTORIA TRISTE


Lo cuenta y se muere de risa. se muere de pena y de risa. Porque ella es así. Siempre se ríe. Llora y se ríe de sí misma llorando. Para ella reír es como respirar, no por necesario sino por involuntario. Así que mientras me cuenta que ha encontrado otra nota de mi tío, se muere de risa.

Mi tío sabía que iba a morir pronto. De hecho, todos lo sabíamos. Pero supongo que él fue el primero en darse cuenta de que nunca volvería del hospital. Lo supo incluso antes de ingresar, y por eso tomó medidas. Y esas medidas me llevan a algo sobre lo que ya he escrito: nuestra posibilidad de elegir. Al "morir luchando" como alternativa a rendirse. Y resulta que mi tío escogió la única opción que no estaba en su mano: la de no morir. O, al menos, no del todo. Por eso escondió notas por toda la casa para que mi tía las encontrara. Y ella se muere de risa.

Cuando la pregunto qué le dice en las notas, se encoge de hombros. "De todo un poco. Que salga, que viaje, que no deje de hacer cosas. También me da recados para la gente o consejos sobre qué hacer con sus cosas." Y se muere de risa. Y de pena. Y de amor. Porque él sigue ahí. Se aparece cuando menos lo espera, como un fantasma bueno. Como esos espíritus de las películas a los que aún les queda algo por hacer. Y a él lo que le queda es seguir junto a ella. Diciéndole cada día cuánto la quiere. Viéndola desde el jardín, bajo la higuera en la que se siguen sentando juntos porque él no quiso estar al lado de Dios, sino a su lado. Y seguro que desde allí, cada vez que ella encuentra una nota, cada vez que oye sus carcajadas, cada vez que ella llora y se ríe de estar llorando, él se vuelve a morir un poco, pero de risa.

miércoles, abril 01, 2009

miércoles, febrero 04, 2009

Friego los platos e intento pensar en otra cosa, pero ya no es un pensamiento, sino un sentimiento. Y eso es más difícil de ignorar. Me digo a mí misma que son cosas mías, que todo va bien. Que siempre ha estado bien.

Me concentro en los platos sucios de la cena de siempre. La cena de siempre. Lo de siempre. Nosotros también somos los de siempre. Tan de siempre como esa cena, que por conocida y repetida ha perdido la gracia. Pero nosotros no. Eso me digo.

Y recuerdo cómo, hace sólo unos minutos, nos hemos reído como lo hacíamos antes: cansados, desnudos, sudados. Nos hemos reído de pura felicidad.

Y me preocupa que esa felicidad haya venido acompañada de cierta nostalgia. De cuando éramos eso: dos cuerpos cansados, desnudos y sudados que se reían de pura felicidad. Y nada más. Ni trabajos de mierda. Ni los muebles que no llegan. No el fin de mes, que llega antes de tiempo.

Me concentro en los platos porque temo girarme y no reconocerte. O que no me reconozcas. O peor aún: que nos reconozcamos y veamos en lo que nos hemos convertido. Así que ocupo todos mis sentidos en fregar unos platos que parecen guardar la suciedad de los últimos cuatro años.

Y mientras pienso en no pensar, te acercas en silencio y tú, que últimamente rechazas toda muestra de cariño, me besas en el hueco que el vestido me deja en la nuca.

Es un beso pequeño, fugaz, tan diminuto que casi ni existe. Y cuando me giro ya no estás. O, para ser precisos, estás de espaldas, que es tu manera de no estar.

Imagino tu sonrisa, esa cara de niño que pones cuando sabes que sé que sabes que sé que te estoy mirando. Esa cara que me vuelve loca cada día desde hace más de cuatro años.

Y todo sigue como si nada hubiera pasado. Pero justo en el hueco que el vestido me deja en la nuca noto calor. El calor de un beso minúsculo. El calor de tu manera callada de decir las cosas. De decirme que estás ahí. Que estoy aquí. Y que eso no lo cambiarán los trabajos de mierda, ni los jefes, ni las deudas.

Porque para quererse no hacen falta muebles. Porque el amor (qué palabra tan fea, qué concepto tan bonito), el amor (por suerte o por desgracia), el amor (una vez más) es lo único que nos queda a fin de mes.

jueves, enero 29, 2009

TILDES

Me enseñó a escribir la tilde en mi nombre. Puede ser algo pequeño, algo poco importante. Por supuesto, hizo muchas cosas más. Pero ahora quiero quedarme con eso. Con que me enseñó a escribir la tilde en mi nombre. Nadie lo había hecho aún. Al fin y al cabo a duras penas era capaz de reproducir esas cinco letras que había aprendido de memoria. Pero él me enseñó a escribir la tilde en mi nombre. Porque él era así. Porque daba igual tener cinco años que cincuenta. Porque daban igual cinco letras que cincuenta. Él te lo explicaba, y lo entendías. Por algo dedicó a ello gran parte de su vida.

Me enseñó a escribir la tilde en mi nombre, y cómo ese palito pequeño, cuya existencia yo ignoraba por completo, lo cambiaba todo. Sin él, mi nombre ya no lo era. Era el de otra persona. O el de nadie. Eran cinco letras que nada tenían que ver conmigo. Pero ¡ah! esa tilde lo cambiaba todo. Con esa tilde era yo. Y a los cinco años, aparte de tu nombre, hay pocas cosas con las que sentirse identificado. Tal vez no fuera tan poco importante.

Llevo muchos día pensando en escribir sobre lo injusto de la vida y de la muerte. Sobre el derecho a vivir una vida digna y a morir una vida que no es vida (él diría que una vida no se puede morir, que no es un verbo transitivo y se enfadaría conmigo por haberlo escrito). Pero no me apetece, porque ahora eso ya pasó.

No era mi tío de verdad. La verdad que los necios aceptan como única y verdadera. Esos necios que repiten frases como "la vida sigue" o "la sangre es más espesa que el agua". Pero el amor no se mide en milímetros. Y si se hiciera, mi amor por mi tío sería de apenas un milímetro, el de la tilde de mi nombre. Y esa sería la mayor unidad jamás conocida. Porque él era (y es) mi tío. El marido de la hermana de mi madre, aunque ella nunca tuviera hermanas. Porque esa es la verdad. La verdad tal y como él la contaba: a veces un poco fea, pero siempre cierta, que es lo mínimo que puede pedirse a una verdad. Y era mi tío porque decía "te quiero" como sólo lo dicen las personas que de verdad te quieren. Porque te mandaba a la mierda como sólo lo hacen las personas que de verdad te quieren.

Hoy se ha muerto Joaquín Casas. Mi tío, entre otras cosas. El hombre que me enseñó a escribir la tilde en mi nombre. Entre otras cosas.