miércoles, febrero 04, 2009

Friego los platos e intento pensar en otra cosa, pero ya no es un pensamiento, sino un sentimiento. Y eso es más difícil de ignorar. Me digo a mí misma que son cosas mías, que todo va bien. Que siempre ha estado bien.

Me concentro en los platos sucios de la cena de siempre. La cena de siempre. Lo de siempre. Nosotros también somos los de siempre. Tan de siempre como esa cena, que por conocida y repetida ha perdido la gracia. Pero nosotros no. Eso me digo.

Y recuerdo cómo, hace sólo unos minutos, nos hemos reído como lo hacíamos antes: cansados, desnudos, sudados. Nos hemos reído de pura felicidad.

Y me preocupa que esa felicidad haya venido acompañada de cierta nostalgia. De cuando éramos eso: dos cuerpos cansados, desnudos y sudados que se reían de pura felicidad. Y nada más. Ni trabajos de mierda. Ni los muebles que no llegan. No el fin de mes, que llega antes de tiempo.

Me concentro en los platos porque temo girarme y no reconocerte. O que no me reconozcas. O peor aún: que nos reconozcamos y veamos en lo que nos hemos convertido. Así que ocupo todos mis sentidos en fregar unos platos que parecen guardar la suciedad de los últimos cuatro años.

Y mientras pienso en no pensar, te acercas en silencio y tú, que últimamente rechazas toda muestra de cariño, me besas en el hueco que el vestido me deja en la nuca.

Es un beso pequeño, fugaz, tan diminuto que casi ni existe. Y cuando me giro ya no estás. O, para ser precisos, estás de espaldas, que es tu manera de no estar.

Imagino tu sonrisa, esa cara de niño que pones cuando sabes que sé que sabes que sé que te estoy mirando. Esa cara que me vuelve loca cada día desde hace más de cuatro años.

Y todo sigue como si nada hubiera pasado. Pero justo en el hueco que el vestido me deja en la nuca noto calor. El calor de un beso minúsculo. El calor de tu manera callada de decir las cosas. De decirme que estás ahí. Que estoy aquí. Y que eso no lo cambiarán los trabajos de mierda, ni los jefes, ni las deudas.

Porque para quererse no hacen falta muebles. Porque el amor (qué palabra tan fea, qué concepto tan bonito), el amor (por suerte o por desgracia), el amor (una vez más) es lo único que nos queda a fin de mes.