jueves, marzo 20, 2008

TITULITISÉRRIMO



Pretender que pase algo y no hacer nada. Qué lío. Qué pereza.
¡Cuándo! sin interrogaciones.

miércoles, marzo 05, 2008

S.

Cuando S. llegó al colegio, todas las niñas en edad de suspirar por un profesor, suspiramos. Yo siempre he sido muy de suspiros. Y estaba en la edad. Todavía hoy, cuando recuerdo su voz grave y sus vaqueros ajustados, sonrío como una idiota.
S. sabía que nos volvía locas, pero siempre estuvo en su sitio. Era implacable. Era temible. Era adorable.
Mi relación con S. fue complicada desde el primer día. Yo tenía su asignatura atravesada justo a la altura de la campanilla, además de un don para que todo se me fuera de las manos. Y ambas cosas le sacaban de quicio. Yo intentaba aprobar, y él intentara que aprobase. Pero era imposible. Yo intentaba estarme quieta, y él intentaba que me estuviera quieta. Pero era imposible.
Era realmente difícil sacar a S. de sus casillas, pero yo lo conseguía casi a diario. Nunca fue mi intención, pero uno a uno fui acatando los castigos y viendo cómo se le acababan los recursos. Un día me superé a mí misma y, cuando me sacó de clase, pensé que se iba a volver loco y me iba a matar. Pero no. En lugar de eso me miró a los ojos, y hubiera jurado que estaba a punto de llorar. “¿Qué voy a hacer contigo?”- me preguntó. Y ningún castigo me hubiera dolido tanto como la desesperación de sus palabras. Sólo se me ocurrió una respuesta: “¿Quererme?”. Pero no se rió.
A pesar de todo, siempre supe que era una de sus favoritas. Alternaba los castigos más crueles y las broncas más antológicas con momentos de complicidad y bromas que eran sólo nuestras. Y yo le adoraba.
Hace poco, casi diez años después, las cositas de la vida me llevaron de vuelta al colegio. Y allí estaba S. Diez años más viejo. La misma voz en un cuerpo menos imponente. Un cuerpo más entrañable que atractivo. Y una sonrisa de verdadera alegría.
S. me preguntó por mi vida, me reprochó tanto tiempo sin una visita, pero fue el único profesor que no mencionó sus peleas conmigo en el pasado. Como si sólo quedase lo bueno.
“Te veo más vieja”- bromeó. Y creo que ambos nos sentimos mayores de pronto. Ya no éramos alumna y profesor. Éramos dos adultos. Y eso significaba que había pasado mucho tiempo. Diez años.
Me quedé con ganas de hablar más con él. De contarle que me va bien. De preguntarle por su vida. De confesarle, por fin, cómo conseguía copiar en sus exámenes. De que se riera y, tal vez, se sintiera orgulloso. De saber si las niñas siguen suspirando por él. Y de decirle que, aunque hayan pasado diez años (y aunque pasen diez mil), siempre será mi superhéroe favorito.