lunes, mayo 02, 2011

Mi miedo al frío


Recomendación: Antes de leer esta entrada, escucha atentamente esta canción. A ser posible, sin hacer nada más. Sólo escucha.


Hay temporadas en que parece que todas las canciones reflejan exactamente lo que sentimos, y entendemos en ellas lo que efectivamente queremos entender. Otras veces, con menor frecuencia, una canción aparece y nos pone delante de nuestros ojos lo que llevamos dentro pero no podíamos ver. Nos da la vuelta, nos pone frente al espejo y nos obliga a mirarnos con toda la brutalidad de la realidad. Y eso es exactamente lo que me pasó con "Frío", de Abraham Boba.

"Anoche soñé que me dejabas por mi archienemiga", le dije a Huevo. Pero la realidad es que, en mi sueño, no me abandonaba. Ojalá. Si hubiera soñado que Huevo se fugaba con mi archienemiga habría sido tan sencillo como despertar para que el dolor y el enfado desaparecieran. Pero, en mi sueño, Huevo hacía algo peor: demostraba ante ella su total indiferencia hacia mí.

Desperté justo antes de la hecatombe final, en pleno ataque de ira y dolor, y esa sensación me acompañó durante todo el trayecto al trabajo. Aún sabiendo que era una estupidez. Hay pocas cosas tan estúpidas y tan incontrolables como el dolor sin motivo.

Y entonces, sin esperarlo, llegó "Frío". Al principio no prestaba atención, sólo era una melodía que alimentaba mi malestar, pero la voz profunda y algunas frases sueltas hicieron que decidiera darle otra oportunidad, desde el principio y con total concentración. Y ahí estaba, condensado en tres minutos, el motivo de mi turbación: tengo miedo al frío. Me aterrorizan los temporales de mutismo.

Temo que un día Huevo pueda dejarme, por supuesto, aunque podría enfrentarme a eso. No quiero que crea que soy la más guapa, ni la más lista, ni la más simpática de todas las mujeres del mundo. Al contrario, necesito que me quiera a pesar de no serlo. Pero, ¿y si un día se diera cuenta de que ya no me quiere, y aún así decidiera seguir adelante? ¿si simplemente se resignara a seguir a mi lado? Eso es precisamente lo que temo, ser la sirena que ahoga, la parienta de la que se huye en el bar, una perspectiva que da pereza. No podría con eso. Con la indiferencia. Con el desprecio. Con el frío.

Cuando te abandonan de una forma miserable puedes aferrarte a tu odio, centrar tus esfuerzos en eso hasta que, finalmente, lo olvides. Puede que si el amor se acaba, no lo entiendas. Y te culpes y obsesiones. Tarde o temprano tendrás que seguir adelante. Y lo harás. Pero querer a alguien que no te quiere y ni siquiera se molesta en decírtelo, no merecer siquiera eso, y justificar los pequeños desprecios, no querer ver, no poder ver, no saber ver. Sentir el frío y no entenderlo. Abrigarse y abrigarse y cada vez estar más congelado. E irse acostumbrando a que te miren con unos ojos que ya no te ven. A que te toquen con unas manos que ya no acarician. A que sólo usemos nuestras lenguas para hablar. Eso es lo que temo, aunque hasta ahora no lo sabía. Y no es que saberlo vaya a servirme de nada. Pero al menos ese día pude librarme de un dolor tan estúpido como incontrolable.