martes, noviembre 11, 2008

MÁS FELIZ QUE UNA PERDIZ




Pues eso...


Y resulta que es la entrada número 100, mireustépordonde :-)

jueves, octubre 30, 2008

Cuando cumplí los 25 decidí hacer una lista con 25 cosas que DEBÍA hacer antes de cumplir los 26. Ni siquiera llegué a hacer la lista.

lunes, octubre 06, 2008

¿Lo que no te mata te hace más fuerte?

Lo que te destruye. Aquello que te reduce a un simple cuerpo cuyo corazón sigue latiendo involuntariamente. Los momentos en que el dolor es tan grande que, aunque sepas que pronto pasará, deseas sincera y conscientemente morir. El sufrimiento injusto, incomprensible, impotente. Lo que te vapulea y agita hasta dejarte totalmente deshecho. El miedo. El terror. La angustia. Los momentos en los que sabes que tienes fuerza para seguir adelante pero no el valor de buscarla. El mundo que sigue girando sin dejarte un sólo segundo de duelo o respiro. La ira que deseas descargar contra algo incorpóreo, pero tan real como tus manos. O peor. La ira que deseas descargar contra ti mismo. El segundo antes de levantar la cabeza, en el que sabes que deberás enfrentarte a una vida que ya te lleva muchas batallas ganadas en una guerra que tienes que seguir luchando aún a sabiendas de que, hagas lo que hagas, no vas a salir vencedor.

Todo eso ¿te hace más fuerte? Si fuera así, el siguiente golpe sería menos doloroso. Pero eso sólo ocurre cuando dejas de sentir. Y dejar de sentir es una forma de dejar de vivir.

Para mí, todo eso, te hace débil, vulnerable. Porque conoces el dolor, lo anticipas. Y lo temes. Porque sabes que cuando llegue no podrás evitarlo. Porque la vida, cuando hace daño, lo hace de verdad.

Sin embargo el sufrimiento sí que nos deja una lección importante: aprendemos a relativizar. Nuestro día a día se vuelve más llevadero. Los pequeños disgustos ya no duelen tanto. Porque conocemos el dolor, y sabemos que no es eso. Y por tanto no nos regodeamos en él. Y las barreras que antes nos parecían infranqueables se saltan, se esquivan o símplemente se ignoran y se escoge otro camino. No tiene sentido derramar más lágrimas por estupideces que (y sólo ahora lo comprendemos) no son más que eso. Y una vez olvidado el horror (bendita memoria que nos aleja en tiempo y espacio de nuestros propios recuerdos) somos capaces de llevar una existencia feliz.

"¿Qué más puede darte el mundo, si cada segundo es una primera vez?"

lunes, septiembre 22, 2008

LA HISTORIA SE REPITE




De pequeña no entendía muy bien a qué se dedicaba mi padre. Sólo sabía lo que tenía que repetir de memoria si alguien me preguntaba. Y que eso no era verdad. Que era una verdad a medias. Y ya entonces sospechaba que una verdad a medias no deja de ser una mentira.


Hoy me he dado cuenta de que tal vez, es posible, que si un día tengo hijos ellos también tengan que mentir sobre la profesión de su padre. Puede que me vea inventando para ellos una verdad a medias. Y ellos la repetirán de memoria. Sin entenderlo.


Yo ya entiendo lo que hacía mi padre. Y entiendo por qué no debía contarselo a desconocidos. Pero no entiendo un mundo en el que no puedes proclamar orgullosa que tu padre es superhéroe. Porque mi padre y Felipe, cada uno a su modo, salvan el mundo antes de irse a dormir. Y esa es la verdad a medias que mis hijos sabrán y contarán. Que su padre es superhéroe. Porque ese es el mundo que quiero para ellos. El que hubiera querido para mí. Un mundo en el que el miedo no tiene sentido, porque Papá mata los monstruos fuera y dentro de casa.

martes, septiembre 16, 2008

¡GRRR!


Estoy cansada de perder oportunidades por los demás. Estoy agotada de intentar hacerlo bien con todo el mundo y al final quedar mal con todos. Estoy harta de no poder hacer lo que realmente me apetece por cosas que no me apetecen en absoluto pero que me pidieron o con las que me comprometí.
Quiero ser (más) egoísta (aún). Y vivir mi vida. Y mirarme el ombligo.

Como todos, supongo. Pero éste no es su blog.

jueves, agosto 28, 2008

AMOR FUGAZ DE PERDEDORES

No les fue difícil reconocerse entre tanta gente. El olor a perdedor atrae al perdedor.
Él no estaba acodado en la barra, como cabría esperar. Hablaba animadamente con la típica guapa que a la segunda copa te manda a paseo.
Ella no deambulaba solitaria. Bailaba y se divertía con sus amigas.
Él la miró, la vio, la observó (por este orden) y decidió abandonar a su presa imposible para atacar directamente al animal herido. Al instante, ella se sintió mirada, vista, observada (por este orden) y supo que la caza había comenzado.
(...)

viernes, julio 11, 2008

Llevo pensándolo dos días y he llegado a la conclusión de que no me da la gana de que te hayas muerto. Cuando la vida te da un cerebro privilegiado, es tu obligación aportar tu ingenio al mundo. Durante muchos años. Y morirse no vale. Cuando eres un genio, morirse no es un derecho.
Y tampoco me da la gana porque un día, por casualidad, tengo que encontrarte en un bar, y tenemos que tomarnos algo juntos y pasar toda la noche por ahí, riéndonos del mundo, tocando el acordeón, escuchando tus historias y creyéndomelas porque me gustan. Y tengo que pasar muchos años contándole a todo el mundo la noche que conocí a Sergio Algora y anduvimos cerrando bares.
Y tienes que pinchar en todos los eventos importantes de mi vida. Y que actualizar el blog de vez en cuando para que yo empiece el día con esa mezcla de alegría y consciencia de la propia mediocridad que me generas. Y tienes que dar muchos conciertos, y escribir muchas nuevas canciones para que se vayan convirtiendo, una cada día, en mi canción favorita de todos los tiempos.
Y sobre todo, sobre todo, tienes que no haberte muerto para que me desaparezca esta sensación de angustia que me hace sentir gilipollas por querer llorar todo el rato por alguien a quien ni siquiera conozco.
Por eso dejo esto escrito antes de marcharme. No quería que pasara más tiempo sin decirlo. Así que vete tomando las medidas oportunas. Al fin y al cabo fuiste tú quien escribió eso de: "Cuando te matan si quieres demostrar lo hombre que eres sólo te queda la opción de resucitar."



Por cierto, ayer se me cruzó un erizo por primera vez en muchos años. Tenía una calvita. Pero ya no quiero despuar erizos.

viernes, junio 27, 2008

INCOMUNICACIÓN

Un día Chica salió de casa por la mañana y olvidó el móvil. A lo largo del día lo echó en falta ya que normalmente hablaba con su novio una media de dos veces por la mañana y tres por la tarde. Supuso que Chico estaría preocupado y que, al llegar a casa, su teléfono estaría lleno de llamadas perdidas. Pero no fue así, ya que Chico también se lo había dejado olvidado.
Ambos se fueron a dormir extrañados y ambos despertaron con la seguridad de que en pocas horas recibirían una llamada de excusa. Y esperando llegó la tarde, y los dos empezaron a preocuparse. Fue Chico el primero en llamar, justo en el momento en el que Chica había salido a fumar. Al volver vio la llamada y, un poco aliviada, marcó el número de Chico. Pero Chico estaba hablando por el teléfono de la empresa y no pudo contestar. Y al sonar el último pitido, ambos pensaron “volverá a llamar”.
Así que de nuevo pasaron las horas esperando, y las horas se hicieron días, y la extrañeza dio paso al enfado, y a la tristeza y, finalmente, al olvido.
Algún tiempo después se encontraron por la calle. Ella calló los insultos ensayados durante años y lanzó una discreta acusación: “la verdad es que me hubiera gustado que todo hubiese acabado de otra manera”. Y él, entendiendo en sus palabras la disculpa tan esperada, respondió condescendiente: “son cosas que pasan”. Y así, cada uno siguió su camino con la certeza de haber sido, alguna vez, abandonados de la manera más miserable del mundo.

viernes, mayo 23, 2008

CUANDO DESPERTÓ, EL DINOSAURIO SEGUÍA ALLÍ


Últimamente no dejo de pensar en Huevo. A todas horas. Obsesivamente. Supongo que tiene sentido que piense en él y no en otro. Pero nunca me había pasado hasta este punto. Soy como una quinceañera atontada. Cosas de las hormonas, supongo.


El caso es que, desde hace tiempo, he visto mermada mi capacidad para escribir. Y la culpa es de Huevo. Está en mi cabeza, pero me obsesiona no poder escribir nada sobre él. Podría decir mil cosas, como que me ha regalado una rana. Eso ya dice mucho de por qué le quiero. No podía ser de otra manera. Sin embargo, cuando intento plasmarlo, caigo en las frases hechas. Repito las metáforas y cursilerías que ya se han escrito mil veces. Palabrería. Soy una factoría de palabrería.


Intento buscar otros temas, pero ya nada es tan intenso como esto. El amor. Tan manido. Tan aburrido. Eso de intentar contarle al mundo lo que sientes cuando todo el mundo ha vivido o leído o escuchado mil historias como la tuya. Apesta.


Así que me doy por vencida. Ya van más de tres años y la cosa no mejora. Al contrario, va a peor. A veces tengo miedo de que, si esto sigue así, llegará un momento en que caeré en la tentación y lanzaré al mundo toda la basura emocional que lucho por contener. Diré cosas como "late mi corazón", "eres lo mejor que me ha pasado", "daría mi vida por ti". Y ya no habrá marcha atrás.


Por eso he decidido escribir las líneas definitivas. Mi primer y último escrito de amor "autobiográfico":




Ella abrió una bolsa de Matutano, y ahí estaba él. Sonrió y la regaló una rana. Y ella no tuvo más remedio que quererle hasta que se hicieron viejitos. Ahora pasan sus días flotando juntos, de la mano. Y no se puede ser más feliz.

jueves, abril 24, 2008

Y OTRO PAQUETE QUE SUELTO.




Antes de empezar a escribir sé que ésta va a ser una actualización larga. Porque lleva meses rondándome la cabeza y porque creo que merece la pena. Porque por una vez no voy a hablar de mí, ni de banalidades, ni voy a hacer chistes fáciles ni frases inconexas.


Llevo tiempo queriendo escribir sobre la gente que hace que me quite el sombrero, pero nunca he sabido por dónde empezar ni cómo hilarlo, así que recurriré a la escritura automática.


Ya sé que dije que no iba a hablar de mí, pero necesito una introducción, y ahí va:

Me llamo Lucía y soy optimista. Respeto a los pesimistas. Pero no soporto a los quejicas.


Me explico: Puede que seas feliz. Puede que intentes serlo y no lo consigas. Puede que no te interese lo más mínimo ser feliz. Pero odio con todas mis fuerzas a los que se dedican a llorar en público y no mueven un dedo por solucionar sus problemas, si es que los tienen. Me parece egoísta. Me parece despreciable. Me da asco.


Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que como hay niños que se mueren de hambre no podamos llorar por lo que nos dé la gana. Cada uno tiene su rasero y lo que para unos es una tontería para otro es un mundo, y todos deberíamos respetar eso. Pero no puedo con esos aires melancólicos, esos suspiros, esas miradas perdidas y esos “tranquilos, no es nada, se me pasará”. Ese jugar a que tenemos unas vidas totalmente miserables y el cruel destino se burla de nosotros. Siempre pienso en la canción (“no te preocupes por aquella chica, todo es mentira, está actuando. Hoy le tocaba el turno a Janis Joplin y ella es esclava de su papel”). Porque lo siento pero no me lo creo. Supongo que todos sabéis a qué me refiero, y no creo que tenga que matizar para evitar herir almas susceptibles.


Pero yo no quería hablar de esto. Quería hablar de que para mí, ser optimista es una obligación. No una obligación en general, sino una obligación conmigo misma. Una autoobligación. Porque cuando el mundo se me cae encima por una rabieta miro a mi alrededor y veo a 20 personas a las que yo debería estar consolando, y no al revés. Porque a veces no me puedo creer la suerte que tengo y me da miedo pensar que no está en mi mano conservarla. Porque hay gente que me hace quitarme el sombrero una y otra vez. Gente que no merece mi compasión, sino mi respeto. Por echarle un par.


Suele decirse que cuando tocas fondo sólo te queda subir. No conozco a mucha gente que haya tocado fondo, la verdad. No por falta de motivos, sino porque han hecho todo lo posible por no llegar nunca a hundirse del todo. Y sin embargo sobran los que se dejan caer y esperan a que el resto les infle el ego para mantenerse a flote. Pues por mí que sigan bajando. Yo me quedo arriba.
Y al final no he escrito nada de lo que quería y he hablado de mí todo el rato. Y de lo que quería hablar es de todas esas personas que se me vienen a la cabeza ahora mismo. Personas con las que nos cruzamos a diario y cuyas miserias ni nos imaginamos. Una lista demasiado larga de gente a la que se le ha jodido la vida en un segundo. Pero jodido de verdad. Y sin embargo, los que aún pueden, lo han aceptado y han decidido vivir con ello. Y si tienen que pedir ayuda, la piden. Y si tienen que llorar, lloran. Pero todo ello en bajito y con la cabeza bien alta.

Porque hay que ser muy tonto para querer dar pena.

jueves, marzo 20, 2008

TITULITISÉRRIMO



Pretender que pase algo y no hacer nada. Qué lío. Qué pereza.
¡Cuándo! sin interrogaciones.

miércoles, marzo 05, 2008

S.

Cuando S. llegó al colegio, todas las niñas en edad de suspirar por un profesor, suspiramos. Yo siempre he sido muy de suspiros. Y estaba en la edad. Todavía hoy, cuando recuerdo su voz grave y sus vaqueros ajustados, sonrío como una idiota.
S. sabía que nos volvía locas, pero siempre estuvo en su sitio. Era implacable. Era temible. Era adorable.
Mi relación con S. fue complicada desde el primer día. Yo tenía su asignatura atravesada justo a la altura de la campanilla, además de un don para que todo se me fuera de las manos. Y ambas cosas le sacaban de quicio. Yo intentaba aprobar, y él intentara que aprobase. Pero era imposible. Yo intentaba estarme quieta, y él intentaba que me estuviera quieta. Pero era imposible.
Era realmente difícil sacar a S. de sus casillas, pero yo lo conseguía casi a diario. Nunca fue mi intención, pero uno a uno fui acatando los castigos y viendo cómo se le acababan los recursos. Un día me superé a mí misma y, cuando me sacó de clase, pensé que se iba a volver loco y me iba a matar. Pero no. En lugar de eso me miró a los ojos, y hubiera jurado que estaba a punto de llorar. “¿Qué voy a hacer contigo?”- me preguntó. Y ningún castigo me hubiera dolido tanto como la desesperación de sus palabras. Sólo se me ocurrió una respuesta: “¿Quererme?”. Pero no se rió.
A pesar de todo, siempre supe que era una de sus favoritas. Alternaba los castigos más crueles y las broncas más antológicas con momentos de complicidad y bromas que eran sólo nuestras. Y yo le adoraba.
Hace poco, casi diez años después, las cositas de la vida me llevaron de vuelta al colegio. Y allí estaba S. Diez años más viejo. La misma voz en un cuerpo menos imponente. Un cuerpo más entrañable que atractivo. Y una sonrisa de verdadera alegría.
S. me preguntó por mi vida, me reprochó tanto tiempo sin una visita, pero fue el único profesor que no mencionó sus peleas conmigo en el pasado. Como si sólo quedase lo bueno.
“Te veo más vieja”- bromeó. Y creo que ambos nos sentimos mayores de pronto. Ya no éramos alumna y profesor. Éramos dos adultos. Y eso significaba que había pasado mucho tiempo. Diez años.
Me quedé con ganas de hablar más con él. De contarle que me va bien. De preguntarle por su vida. De confesarle, por fin, cómo conseguía copiar en sus exámenes. De que se riera y, tal vez, se sintiera orgulloso. De saber si las niñas siguen suspirando por él. Y de decirle que, aunque hayan pasado diez años (y aunque pasen diez mil), siempre será mi superhéroe favorito.

martes, febrero 12, 2008

Mi pequeño hogar para perdedores


Hace tiempo decidí crear un hogar para perdedores. Al principio los recogía en parques, tugurios y en los anuncios clasificados de los periódicos. No tardaron mucho en llegar por su propio pie, guiados por ese instinto natural para el fracaso que nos caracteriza. Así que pronto tuve un numeroso ejército de desgraciados. No teníamos mucho espacio, por lo que tuve que descartar a los aquejados por una mala suerte pasajera y quedarme sólo con aquellos en cuya cuna, al nacer, se había posado la derrota.

Formábamos, contra todo pronóstico, un grupo bastante feliz: nadie tenía desdichas mayores que las de su vecino, por lo que carecía de sentido contarlas o regodearse en ellas. Los juegos duraban tanto como queríamos debido a nuestra incapacidad para ganar.

Mi función allí era muy simple: curaba sus heridas, les arrullaba si no podían dormir y les contaba un cuento cada noche. Jamás les consolaba. No era eso lo que venían buscando y, en cualquier caso, no es algo que yo hubiera podido darles.

Reconozco que debí darme cuenta. Era tan feliz con mi pequeño hogar para perdedores que no reparé en el cambio que se iba produciendo. Sé que soy la única culpable, que debí preveer las consecuencias. Y no hay día que no lo lamente. Así que no me detendré en describir mi sorpresa cuando una mañana encontré a mi ejército reunido con sus mejores galas y el equipaje preparado. Comprendí por sus caras que estaban dispuestos a comerse el mundo. Y el olor de mi miedo se mezcló con la peste a catástrofe.

Tanto tiempo sin fracasar les había creado la falsa ilusión de que se habían curado. Se veían capaces de enfrentarse al mundo y triunfar en él. Yo misma, tratando de enseñarles a llevar su condición con orgullo, les había convertido en algo mucho peor: perdedores con ansias de triunfo; animales sedientos de un éxito que jamás conseguirían.

Por orden, como en un ritual, me besaron en la frente y salieron por la puerta. Sólo uno se quedó a mi lado. Juntos, desde la ventana, les vimos correr hacia su nueva vida. Uno a uno fueron tropezando y cayendo. Algunos no se levantaban. Otros aullaban como animales heridos y corriean a esconderse. Por un momento había pensado que, tal vez, lo lograrían. Pero entonces, viendo aquel patético campo de batalla, supe que ninguno volvería jamás a mi lado. u recién adquirido orgullo les llevaría a cualquier lugar lejos del mundo. Lejos de mí.

Lloré con todas mis fuerzas por mi pequeño batallón de perdedores, y entonces recordé a aquel que segía a mi lado.

-¿Por qué no te fuiste con ellos?- Pregunté. Y ese tipo al que cada noche desde hacía años había leído cuentos para dormir, me acarició la cabeza y dijo: -Pensé que merecías que alguien te abrazase cuando volvieras a fracasar.

jueves, enero 17, 2008

AÑADA DE ANA LA FRIOLERA



Vivían en Norteña,
una ciudad costera
donde la mar era gris
y la lluvia eterna.
Ella pasaba frío
apenas la noche llegaba.
Con una manta a cuadros
él la arropaba.
Prometieron quererse
mientras el frío existiera.
Él la llamaba Ana La Friolera.
Tuvieron un riña
y él la dejó marchar.
Supo que no volvería;
no vuelve la ola al mar.
Ella pudo llevarse
todo lo que tenía
pero dejó olvidado
el frío que sentía.
Ahora, bajo la manta a cuadros,
él trata de coger el sueño.
Desde que ella se marchó
allí siempre es invierno.
Y la buscó sin descanso
desde San Pedro a Las Mestas.
Teme morir congelado
una noche de estas.
La gente me llama insensato,
yo aún doy mi vida entera
por sólo una noche
con la chica friolera.


(Será mejor que sigas cobijando mi culo-iceberg bajo tu manta a cuadros.)


lunes, enero 14, 2008

Me temo a mí misma.


Cuando una idea me ronda la cabeza, ya no hay quien me frene. Ni yo misma repitiéndome a cada segundo que es una estupidez. Ni todas las personas sensatas que me digan que es la locura más grande que podría cometer. Ni la lista de inconvenientes que supera por mil a uno la lista de ventajas. Ni que la única ventaja sea que me apetece y punto.

Soy una cabezona con la cabeza grande.