domingo, octubre 29, 2006

28-10-2006

Dicen que nunca se está preparado para la muerte. Y es cierto. A medida que crecemos se nos va preparando para muchas cosas. Para el futuro, para lo que nos encontraremos o puede que nos encontremos. Pero nunca para la muerte. Es inútil. Cuando la madre de tu amigo te comenta que va a ver a su hijo a los rallyes porque no soporta la agonía de esperarle en casa, tú te ríes y respondes que lo máximo que le puede pasar con las medidas de seguridad que lleva, son un par de huesos rotos. Y cuando al día siguiente su hijo muere en un rally, es imposible estar preparado para enfrentarse a lo que eso supone.
¿Cómo le dices a su madre que te equivocaste? ¿Cómo miras a su padre destrozado? ¿Cómo soportas el llanto de sus (tus) amigos, esos tipos duros capaces de comerse el mundo? ¿Qué le dices a su hermana cuando te pide que no llores? ¿Cómo superas la muerte de alguien a quien conoces de toda la vida y a quien le quedaba toda otra vida? Es imposible estar preparado.
Nunca hasta hoy había visto a un muerto. Al menos uno de verdad. Y no pensaba hacerlo. Pero su hermana me dijo que entrara. Que estaba bien, guapo. Eso último es cierto. Hasta muerto estás guapo. Pero es mentira eso que dicen de que cuando te mueres parece que estás dormido. Estás muerto. Y se nota. He visto a Cristian dormido unas mil veces. Esta vez estaba muerto. Lo primero en que me fijé es en que estaba pálido. No pálido como él era, sino como un muñeco. Pero ahora sólo puedo recordar los labios. Labios de muerto. Es lo único que me hace pensar que todo esto es cierto. He visto sus labios y eran labios de muerto.
Ayer y hoy he tenido mucho tiempo para pensar. Han sido muchas horas en las que nadie hablaba. Nadie se miraba. Nadie se tocaba. Sólo sentíamos. Y pensábamos. Yo he reflexionado sobre la muerte, en general. Siempre ha sido la cosa que más he temido en el mundo. Y siempre me he negado a creer que dejemos de existir, sin más (aunque el resto de alternativas tampoco me convenciesen). Ahora me he dado cuenta de que la muerte me da más miedo que nunca, pero no la propia, sino la ajena. Evidentemente, no quiero morir. Le temo al dolor, a todas las cosas que me dejaré sin hacer y todas las personas que sufrirán por mí. Pero, seamos sinceros, el muerto es el único que no llora en el entierro. Así que la idea de dejar de existir, sin más, no me parece ya tan aterradora. Si hay que morir, que al menos no seamos conscientes de ello.
Y mi cabeza me lleva a la avioneta. Al pánico que sienten algunas personas cuando nombras esa palabra. Personas que, sin embargo, no temen el ponerse en carretera ni miran hacia arriba en busca de cornisas desprendidas. Cris nunca subió a una avioneta. Pero corría en rallyes. Yo no conozco a nadie que haya muerto en una avioneta. Hasta ayer no conocía a nadie que hubiera muerto en un rally. Pero sí en accidentes de tráfico, de largas en fermedades o de un tiro en la cabeza.
Si alguien me dijera: "tienes que morir mañana, tú eliges cómo" seguramente escogería la avioneta. Tal vez Cristian hubiera escogido el rally.
Mientras escribo esto mi cerebro salta de una cosa a otra. A la salida del entierro alguien decidió romper el silencio con un aplauso. Y todos nos unimos. Tal vez no sea lo más adecuado. Pero algo había que hacer. No podíamos quedarnos ahí, en silencio, mirando, llorando, pensando. Ese aplauso fue un "adios", un "te quiero", un "¿por qué?". Fue la explosión de todo lo que llevabamos dentro.
Estoy francamente cansada. Podría seguir escribiendo sin ton ni son toda la noche. Pero lo único que quiero expresar con este texto, igual que con aquel aplauso, es CRIS, DESCANSA EN PAZ.
Photobucket - Video and Image Hosting

1 comentario:

Moker dijo...

Vaya, he corrido en coches desde los 10 años que empecé en los karts hasta los 23 en que dí por finalizada mi carrera.

La verdad es que es un mundo en el que (a pesar de lo que la gente cree) los riesgos están muy controlados. Es cierto que los rallyes son más peligrosos que los circuitos, pero aún así los riesgos son muy escasos. Pero a veces las cosas pasan, lo que parece imposible ocurre.

Lo único que puedo asegurar en este caso es que Cristian no temía a la muerte. Los pilotos no tememos los accidentes, de hecho si preguntas a cualquier piloto cómo desearía morir, diría que pilotando.A lo único que sí tenemos miedo es a dejar un rastro de dolor detrás nuestro.

Un beso y mi más sincero pésame.